Sta. Mª de Huerta
Visité y residí en la hospedería de este monasterio durante una semana compartiendo rezos y cantos con la comunidad, recogimiento interior, tonificantes paseos por los alrededores y disfrutando de una arquitectura exquisita. Una muy buena experiencia que espero repetir.
El monasterio cisterciense de Santa María de Huerta se halla situado sobre la orilla derecha del río Jalón, afluente del Ebro. En terreno fértil y con buena provisión de agua, como acostumbraban hacer los monjes roturadores. Ciento treinta y seis kilómetros lo separan tanto de Zaragoza como de Madrid. Y desde Soria son ciento tres.
A sólo un kilómetro y medio está de la raya entre Castilla y Aragón. Territorio de frontera y verdadera extremadura castellana, de la que Soria es punta de lanza. Los cistercienses que habían de fundar Huerta se asientan en primera instancia en Cántavos, villa desierta perteneciente a Fuentelmonje a unos quince kilómetros al norte de su actual ubicación. En 1151 el rey Alfonso VII de Castilla autoriza la fundación del monasterio. Los monjes se trasladan a Huerta en 1162 siendo Martín de Finojosa (el padre San Martín) su primer abad y quien llegaría a ser obispo de Sigüenza.
Bajo la protección del rey Alfonso VIII, poco antes del inicio del siglo XIII estaba ya construido lo fundamental del monasterio. La sobriedad cisterciense -no exenta de monumentalidad- sobresale y envuelve en los lugares en que se manifiesta en forma plena. Consecutivas obras y añadidos la enmascaran en determinados lugares pero sin llegar a hacer desaparecer su esencia y consiguiendo un equilibrado conjunto aun hoy habitado por una comunidad de monjes. La obra cisterciense, carente de los prolíficos añadidos escultóricos cluniacenses, está orientada al recogimiento y a la disposición a sentir y escuchar desde el interior. Todo cuanto no ayuda a este fin, distrae
Para poder tener una visión global de la cabecera del conjunto monástico, hay que desplazarse hasta una zona elevada a unos doscientos metros al este del templo. De ese modo se puede salvar visualmente el elevado muro perimetral que lo rodea y en el que existen ocho cubos a intervalos regulares, en ocasiones reforzados por cinchas de hierro para evitar su desplome. Así podemos disfrutar en perspectiva de sus diversas estructuras. De izquierda a derecha vemos la cabecera del templo, con su sobresaliente nave transepto rematada por sendos frontones triangulares sobre elevados a la que se abre el gran ábside central con su presbiterio y los cuatro absidiolos laterales, incluidos en dos estructuras que lo flanquean. Mas allá la estructura que contuvo la desaparecida sala capitular y en un plano un poco más retrasado vemos la gran sala-refectorio de los monjes con el añadido carente de vanos en cuyo espesor se halla la escalinata para el ascenso del lector. No menos impresionante es la contemplación del lateral norte del templo desde el paseo que lo circunda a distancia de su muralla.
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