viernes, 29 de noviembre de 2013
ALBARRACÍN (TERUEL)
ALBARRACÍN
El topónimo procede de Ibn (ben) hijo de Razin (reyes taifas de Albarracín) es decir, el lugar de los hijos de Razin. En tiempos de los musulmanes en España, la familia bereber Al-Banu-Razín hizo de estas tierras un pequeño reino taifa.
Ésta pasó posteriormente, por cesión y no por conquista, a la familia cristiana de linaje navarro de los Azagra que mantuvieron de hecho la independencia de Castilla y de Aragón desde 1170, llegando a crear un obispado propio. También el poderoso linaje de Lara ejerció su soberanía sobre Albarracín. Tras el fracaso de conquista por parte de Jaime I en 1220, es Pedro III de Aragón quien la conquistó en 1285 tras sitiarla, pasando definitivamente a la Corona de Aragón en 1300. Esta serie de hechos políticos tuvieron como base la importancia de la fortaleza y del sistema defensivo de Albarracín.
Su caserío se asienta sobre las faldas de un roquedal, rodeada casi en su totalidad por el río Guadalaviar que forma un pronunciado meandro. El profundo tajo que forma le sirve a modo de foso defensivo con algunas de sus casas colgadas sobre el barranco. Al norte se encuentra la sierra de Albarracín, y al sur los montes Universales. Parte de su término municipal está ocupado por el paisaje protegido de los Pinares de Rodeno.
En los alrededores nacen los ríos Guadalaviar, Tajo, Júcar, Cabriel y Jiloca.
Su término municipal es, por razones históricas, uno de los más grandes de la provincia de Teruel sólo superado por el de Alcañiz.
Cuenta con abundantes monumentos, como la Iglesia de Santa María, la Catedral, el Palacio Episcopal, algunas mansiones señoriales, entre las que destaca la de los Monterde, y una peculiar arquitectura popular de la que sería ejemplo la casa de la Julianeta, la casa de la calle Azagra, la casa del Chorro, la plaza de la Comunidad y la pequeña y evocadora Plaza Mayor. Destacar también sus murallas y castillo con sus torres y puertas.
Pero el encanto de Albarracín está sobre todo en el trazado de sus calles adaptadas a la difícil topografía del terreno, con escalinatas, pasadizos, estrechas y sinuosas calles y sobre todo en el conjunto de su caserío de tejas árabes en las cubiertas, muros irregulares de enfoscado rojizo con entramado de madera y con primorosos aleros que casi se tocan. Es ese yeso rojizo lo que le confiere ese color característico al conjunto. Cada rincón, cada casa, es objeto de admiración por sus puertas y llamadores (picaportes de hierro imitando un pequeño y fantástico dragón), sus diminutas ventanas con visillos de encaje, sus balcones corridos en rica forja y de madera tallada, ... El monumento principal de Albarracín es la ciudad misma, con todo su sabor popular y aristocrático, reflejo de su historia y del buen hacer de sus gentes. Hoy la población ha disminuido sensiblemente.
Por todo ello la ciudad fue declarada Monumento Nacional en 1961 y ahora propuesta para ser nombrada Patrimonio de la Humanidad.
La visita que contó además, en ese día de Noviembre, con un ligero manto de nieve, hicieron del paseo por sus calles un verdadero deleite.
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